En el Canto 16 y anteriores (regreso a Ítaca) …Y a seguir encontrando aspectos nuevos en cada lectura de esta Odisea proteica, que tanto ha dado que escribir y reversionar, una de las matrices de nuestro imaginario cultural en Occidente, también de nuestra psicología. Porque ciertamente hay un Olimpo que arbitra los destinos, pero también reacciones humanas, formas del miedo y el desafío, del dolor, de la nostalgia y de la supervivencia.
En este como en cantos anteriores (en toda la obra, sólo que a medida que se avecina el destino añorado pareciera enfatizarse), el tema de la identidad ocupa el primer plano. ¿La odisea es el regreso, adónde? ¿Acaso Odiseo vuelve el mismo que partió? La respuesta es, por descontado, negativa, he allí la gracia, el quid de todo gran viaje. Y en sus peripecias de prueba _tiene que pasar por todo tipo de ellas antes de ganarse definitivamente el lugar de líder entre los suyos_, el recurso del camuflaje: metamorfosis físicas obradas por la diosa ojizarca, metamorfosis del relato sobre sus desventuras y linaje, un contarse a sí mismo de distintas maneras, “autoficcionándose”. Para sobrevivir, despistando. Para jugar a ser otro. Para probar al interlocutor/a. Porque no es cuestión de darse a conocer ante cualquiera, sólo si es probada la confianza y la hospitalidad inter pares (por eso ante el cíclope es Nadie).
Ahora, a partir del Canto 13, ya en tierra firme, es transformado por Atenea en anciano mendicante, él, precisamente, un rey. Viene de perder a sus compañeros de ruta, de sufrir angustias y peligros, de descender a los infiernos para hablar con sus muertos… Cuántas identidades se pusieron en juego en esa aventura… Quién será ese Ulises que regresa… ¿El otro, el mismo?
Pero eso sí: algunos perros no serán fáciles de engañar... (Continuará...)
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