20 de agosto de 2009

Verdad benjaminiana


Destaco de P.A. & Benjamin:

Cuando las pasiones se extinguen y son materiales de tratados filosóficos, la reconstrucción de un pasado es también una forma de resistencia y de manifestación de esa verdad benjaminiana de que nada de lo que ocurrió está perdido para siempre.

19 de agosto de 2009

Córdoba, ciudad de frontera (III)

5. ¿Qué relación de continuidad puede establecerse entre esos dos momentos de la constitución del ocaso del bloque intelectual generado en torno a la Reforma Universitaria con el que eclosionó en los años de la Córdoba del conflicto? Acaso una idéntica lucha contra lo imposible en una ciudad donde lo imposible fue un deseo cotidiano en esos tres momentos de vida intensamente colectivo. Pero diría algo más en el mismo sentido con el que Antonio Marimón abrió una picada en la selva de hechos y figuras que poblaron los `60. Esa lucha fue encarada en los tres momentos desde firmes posiciones de ruptura y con el propósito explícito de renovar una herencia cultural en sus elementos de tradición y modernidad. Quienes la emprendieron hablaron desde su propia condición de intelectuales y sometieron a crítica dicha función, no porque pretendían dejar de ser intelectuales sino porque creían que debía ejercerla de otro modo. Más allá de sus aciertos y errores, llevaron adelante sus propósitos con apasionada exaltación y un tono profético que acaso sonaba a falso en una sociedad nacional aplastada por adversidades y que se aceptaban como un sino. ¿Pero a qué otro tono puede apelarse cuando se cree tener algo que decir y se advierte la sordera? Fueron hombres de su tiempo y si una vida civil les era vedada a ellos y sus semejantes, ¿de qué otro modo que soñando lo imposible podían cumplir con su responsabilidad de humanos? Cuando las pasiones se extinguen y son materiales de tratados filosóficos, la reconstrucción de un pasado es también una forma de resistencia y de manifestación de esa verdad benjaminiana de que nada de lo que ocurrió está perdido para siempre.
Córdoba la Docta, la ciudad civil, tiene motivos para reconocerse en esos momentos en los que relampagueó una cultura de resistencia. Olvidados o amenazados de aniquilamiento por la fuerza de las armas, han sobrevivido y vuelven por sus fueros. Reclaman el análisis profundo y exhaustivo que los restituya al entramado de las vicisitudes históricas, sociales y culturales de una ciudad que, no gratuitamente, aspiró siempre a ejercer una función particular y muy propia en la sociedad nacional y en los confines de Occidente.


Córdoba, ciudad de frontera (II)


3. Aún no ha sido estudiada con la profundidad necesaria la gestación de esa efectiva experiencia que estalló en Córdoba en 1918. Reducida a mero resultado de la presión de “causas” nacionales e internacionales de indudable gravitación –como el fenómeno yrigoyenista, los conflictos sociales y la revolución bolvechique-, lo que todavía permanece en secreto es la trama viva de los nexos intelectuales que dieron voz, de manera súbita y acabada, a una filosofía convertida en práctica. Y con una potencialidad expansiva tal que sus contenidos esenciales y hasta sus formas expresivas habrán de constituir el humus cultural del sindicalismo sudamericano. Si en la historia de los pueblos hay mmentos de vida intensamente colectivos que fijan para siempre sus mitos de origen, Córdoba será desde ese momento en adelante la ciudad donde se gestó la Reforma sus intelectuales quedrán marcados con este sello indeleble. Su entidad misma se definirá en esta marca, no importa cual haya sido su postura concreta.
Es posible pensar que por esos años Córdoba fue un laboratorio político y cultural de mayor relevancia y gravitación que las pobrísimas presentaciones que hacen de ella sus cronistas. No lo sabemos, pero sólo presumiendo que sí lo era podemos entender la eclosión de tamaña proyección y envergadura. De todos, sin ser todavía capaces de develar el secreto de un fenómeno que apareció ante sus propios protagonistas como un rayo en un cielo sereno, podemos reconocer en el núcleo generado en torno a la Reforma ciertas características que se mantendrán hasta su consumación en los años 70.

Para los intelectuales de la generación que vivió esa experiencia, demás de los problemas ideoólicos y filosóficos que pudieran compartir con los intelectuales porteños, exitían otros que a partir de ella adquirieron una connotación particular. El primero versaba precisamente sobre la necesidad de darse un identidad cultural que los distinguiera.

Expresando una nueva sensibilidad que emanaba de la conciencia de formar parte de una generación de ruptura con la anterior introdujeron una verdadera divisoria de aguas respecto de s relación con Europa. Acaso por primera vez luedo de un siglo se sintieron americanos. Desde el Manifiesto liminar redactado por Deodoro Roca a las Reflexiones sobre el ideal político de América escritas en el mismo año por Saúl Taborda, un idéntico tono profético, una compartida tarea de realizar por los intelectuales los mancomuna. “Europa ha fracasado –dice Taborda-. Ya no ha de guiar al mundo. América, que conoce su proceso evolutivo y así también las causas de su derrota, puede y debe encender el fuego sagrado de la civilización con las enseñanzas de la historia. ¿Cómo? Revisando, corrigiendo, depurando y trasmutando los valores antiguos; en una palabra rectificando a Europa”. La tradición argentina dejaba de ser la compuesta por las clases dirigentes que condujeron su evolución histórica. Era preciso reconstituirla volviendo los ojos a la singularidad americana. La conquista de una identidad plena seguía pendiente, pero alcanzarla suponía torcer un rumbo histórico. No era suficiente construir –como aclara en 1933-, en realidad había que regenerar.
El segundo, problema, y estrechamente vinculado al primero, hacía referencia a una precisa y determinada colocación social del intelectual respecto de esta tarea. A él le correspondía proponérsela e intentar llevarla a cabo. De hombre de ideas, condenado siempre a separar intelecto y vida, el intelectual debía convertirse en político práctico manteniendo la dimensión cultural de su propuesta regeneracional en un movimiento autónomo de los partidos políticos. La Reforma misma debía convertirse en partido político. Nacida en el interior de la universidad pero con propósitos en cierto modo universalistas, la Reforma debía contribuir a formar “una nueva generación histórica”, una suerte de nueva clase política en condiciones de asumir, por sus condiciones morales y por la virtud de sus ideales, la gestión del poder.
El fatigoso proceso de conquista de una nueva identidad vinculado a la autoconciencia de la excepcionalidad de su función histórica contribuye a explicar el tono profético que nunca abandonó su discurso y que fue compartido por los reformistas de otros países latinoamericanos. Pero, además, da cuenta del sentido misional que daba a su labor cultural y política. Los intelectuales de la Reforma se sentían llamados a emprender una tarea pedagógica que se les presentaba como determinante y a la que entendían como un proceso de fusión de intelecto y vida, en el sentido gramsciano del pasaje del saber al comprender. No por azar el movimiento político más directamente vinculado a la herencia de la Reforma, el aprismo, se presentó en un comienzo como un frente de los trabajadores manuales e intelectuales, y la experiencia de las universidades populares protagonizada por los intelectuales reformistas se extendió a toda América. Todo lo cual explica el carácter fuertemente romántico de sus actitudes y de sus escritos.

En la medida que el movimiento reformista se expandió de su lugar de origen al resto del país y de América, estas características que señaló penetraron en el mundo de valores y en los comportamientos ya ctitudes de otros tejidos intelectuales. Pero lo que pretendo remarcar es que caracterizaron y otorgaron una fisonomía particular del mundo intelectual cordobés. Y desde esta perspectiva debería intentarse una reconstrucción más puntual de sus orientaciones culturales y del conjunto de manifestaciones de su espíritu público.

4. Un segundo momento en la historia de la cultura cordobesa que me interesa presentar es el de la revista Facundo y del núcleo intelectual organizado en torno a una figura de fundamental importancia en el movimiento de la Reforma, Saúl Taborda. Su presencia en uno y otro momento indica la necesaria relación de continuidad que es preciso establecer entre ambos. Y sin embargo, la circunstancia histórica es distinta. Ha fracasado el sueño 9mposible de una Reforma hecha política: el golpe de Estado de 1930 ha destruido un orde nconstitucional que se mantuvo por más de medio siglo sustituyéndolo por otro ilegímitmo y de legalidad viciada por el fraude y la intolerancia política e ideológica; la decadencia de la sociedad europea pone en cuestión las bases del Estado liberal representativo. La experiencia soviética, la crisis de la democracia y la expansión del fascismo tiñen una época a la que Taborda define “por la búsqueda desesperada de nuevas formas políticas y sociales”. Frente a una crisis radical de los fundamentos de Occidente la tarea refeneracional se impone por la propia fuerza de las circunstancias. Pero no se evidencia en la sociedad argentina la existencia de fuerzas sociales capaces de llevar adelante un proyecto de esta naturaleza. El discurso ideológico que imaginó transformarse en política bajo el impulso obnubilante del movimiento reformista, en las condiciones de los años `30 no puede ser otra cosa que doctrinario reconstructivo.
La revista Facundo se propuso eso. Hablarle a un interlocutor imaginario de los fundamentos históricos y culturales que permitían dar en la Argentina una respuesta puntual, y no contradictoria con la tradición comunal hispánica de neustra herencia, al problema general de las nuevas formas políticas y sociales requeridas por un mundo en crisis de valores. Se comprende por qué un examen con esta orientación debía despertar fuertes sospechas entre los intelectuales liberales y del progresismo laico porteño. Recordemos simplementa la condena a que esta búsqueda fue sometida por un intelectual de firmes convicciones democráticas como José P. Barreiro. Imposible de ser clasificado en ninguna de las vertientes del nacionalismo reaccionario o populista por su clara vocación democrática y antifascista. Taborda fue al principio incomprendido y luego olvidado. Pero junto al olvido de su figura de filósofo, pedagogo y crítico político original y profundo, quedó sepultada también la problemática que había motivado sus reflexiones y la de su grupo. Uno de los momentos más felices y creativos de la cultura cordobesa, que retomaba los dilemas de una sociedad mal constituida abordados por un conjunto de intelectuales del interior en cierto modo marginales a la cultura dominante, fue sustraída al gran debate de ideas que reclamaba una sociedad dequiciada y sin rumbo.
Al igual que en los años `20, la preocupación de Taborda sigue siendo el divorcio del intelectual con las masas. Pero en las nuevas condiciones del país este tema habrá de generalizarse comprometiendo a la izquierda comunista y al nacionalismo de corte populista. Las respuestas que ambos dieron a la cuestión distaba de la que a través de un original relevamiento histórico ofreció Taborda. Aunque más no sea porque su diagnóstico pesimista de la vitalidad de un sistema político viciado por la corrupcion no custionaba el principio de la soberanía popular, sino que lo dilataba hasta identificarlo con el principio “cada vez más claro, cada vez más autogobierno estuvo en el origen de la democracia argentina, los argentinos podían tener onciencia de ser una comunidad. Típico intelectual de frontera. Taborda fusionaba en su discurso no sólo las vertientes del comunalismo hispánico, sino también sus lecturas del ideario anarquista, de la filosofía alemana y de la experiencia soviética que seguía con profundo interés. Si la tarea fundamental debía ser la de la instauración de un nuevo cosmos espiritual, ¿cuál debía ser el camino a emprender para purificar la vida política devolviéndole su recto sentido? Taborda no tenía respuesta alguna al problema, aunque defendía el proyecto de una democracia funcional basada en la Comuna como institución de base. La mitasión de encontrar una “fórmula salvadora” no podía ser encomendada al partido político, puesto que –según sus palabras- a ningún partido se le puede pedir que se suicide, ni existía tampoco fuerza social alguna capaz de constituir se en su soporte. Frente a la ausencia de efectivos protagonistas del cambio, el discurso concluía retomando a las manos de quienes habían proyectado una misión sin destinatario posible: los propios intelectuales. Pero lo que Taborda comprendió, y los demás no, es que esta contradicción era del orden de lo real y no simplemente de lo imaginario. Entre intelectuales y sociedad existía un hiato que no debía ser resuelto colocando al intelectual al servicio del príncipe, sino batallando con obstinación por dotar, mediante una reflexión comprensiva y creadora, de formas adecuadas a la expresión de la conciencia de los argentinos, para que nuestra tierra fuera “una tierra de productores que plasman en creaciones originales la eternidad de su nombre”.
¿Una tarea imposible? Tal vez lo fuera, pero el hecho paradójico consiste en que habiendo la historia adoptado otro camino, seguimos en el laberinto sin poder todavìa resolver el problema frente al cual Taborda ensayó una respuesta. Las grandes cuestiones que quedaron irresueltas por el modo concreto en que se constituyó la Nación, y que la incapacidad de los partidos políticos no les permitió modificar, son hoy en partes distintas de las que con inteligencia crítica enumeró Taborda. Pero el diseño de una política de reformas sigue sin encontrar quién pueda llevarlas a cabo. Y estando así las cosas y habiéndose ensayado todo tipo de fórmulas salvadoras, no parece existir otro camino para el trabajo intelectual que aquel que en los difíciles años `30 se empeñó en transitar una pléyade de intelectuales cordobeses, hijos todos de la Reforma, erosionando cualquier tipo de especialismo y cruzando los discursos culturales con los políticos, organizando instituciones de resistencia al fascismo, la guerra y el abuso de poder, creando periódicos y revistas que aún hoy nos siguen pareciendo precursoras. Tal el caso de un Deodoro Roca, por ejemplo, de cuya iniciativa, ingenio y voluntad surgieron publicaciones como Flecha o Las Comunas. Y es en esta última publicación donde el tema de las ciudades puede ser por primera vez abordado de manera integral en una perspectiva de análisis abierta por el ensayo, también precursor, de Taborda sobre Córdoba o la concepción etnopolítica de la ciudad.

Córdoba, ciudad de frontera: la mirada de Pancho Aricó


Este artículo apareció en el suplemento cultural del diario Córdoba, domingo 9 de abril de 1989. Lo reprodujimos en la revista Tramas, para leer la literatura argentina. Volumen III, Nro. 7, 1998.

1. Las experiencias escogidas en el artículo contiguo para tematizar la presencia de una cultura homóloga a la agitación social en la Córdoba de los años de plomo tienen rasgos que las aproximan. Conforman, en realidad, las nervaduras de un mismo tejido cultural. Complejas, cada una de avanzada en el lugar donde se dio, en ruptura con tradiciones anteriores, manifiestan todas ellas una significativa excentricidad respecto de las corrientes culturales dominantes. Esta circunstancia sigue siendo un enigma, aún para quienes fuimos de algún modo sus protagonistas o sus testigos presenciales. Es cierto que sigue pendiente una explicación, aunque más no fuera aproximativa, a un vínculo entre cultura y política, o más en general entre intelectuales y sociedad, que se manifiesta y se ha manifestado en el pasado con una singularidad propia. Las razones que se adujeron no siempre son tales y apenas alcanzan, para describir un fenómeno que a esta altura requiere ser explicado, pero el tema tiene por sí mismo una densidad tal que bien vale la pena recogerlo y arriesgar algunas generalizaciones. En tal sentido, estas notas tienen el único propósito de agregar ciertos elementos de carácter histórico.
Me limitaré a señalar algunos rasgos de la ciudad que la colocan, más allá de la ambivalencia típica de toda ciudad latinoamericana, en una situación de “frontera”. A partir de tal situación presentaré tres momentos emblemáticos del modo en que se planteó históricamente la relación entre intelectuales y sociedad.

Muchas veces se ha señalado el peso que siempre tuvo la tradición en una ciudad que, como Córdoba, acabó identificándose con ella. Tan fuerte fue su influencia que en la conciencia del espíritu público nacional lo que los cordobeses concebían como prudencia y espíritu de conservación aparecía ante los demás como postura revolucionaria de las aguas de su lago artificial. Según palabras de Taborda, poseído como estaba de enciclopedismo racionalista, el genial autor del Facundo no alcanzó a percibir en la intimidad del recinto universitario, al que se refirió con sarcasmo, “la profundidad del espacio espiritual que comunica al cordobés la tesitura reverenciosa de la seriedad de la vida. Midiendo el espacio por su extensión kilométrica, por esa extensión que llena de pampa baldía el cosmopolitismo de Buenos Aires, dejó escapar por las retículas de su esquema mental la nota que expresa el mote preferido por Keyserling: “El más corto camino sobre sí mismo conduce alrededor del mundo”.

La supuesta funcionalidad “reaccionaria” de Córdoba tal vez tuvo en las vicisitudes de la guerra de Independencia un punto de origen, pero es evidente que cuando Sarmiento describía en su libro una ciudad detenida en el tiempo expresaba una opinión compartida por muchos. Cristalizado con la fuerza del sentido común un esquema interpretativo que acentuaba la bipolaridad entre la ciudad excéntrica y la ciudad mediterránea –laica una, clerical la otra- acabaron por ser los tipos ideales de una contradicción que recorre desde la noche de los tiempos nuestra identidad nacional. Y sin embargo, la compleja dialéctica de tradición y modernidad se desenvolvió siempre erosionando un esquema interpretativo que era sólo un prejuicio. En realidad, si hubo una función que Córdoba desempeñó a lo largo de su historia fue la preservación de un equilibrio puesto permanentemente en peligro por las laceraciones de un cuerpo nacional incapaz de alcanzar una síntesis perdurable. Es posible pensar que esta posición intermedia estuvo determinada por la situación de frontera en la que la evolución del país la colocó. En los confines geográficos de las áreas de modernización, la ciudad tuvo un ojo dirigido al Centro, a una Europa de la que cuestionó sus pretensiones de universalidad. Pero el otro dilataba sus pupilas hacia una periferia latinoamericana de la que en cierto modo se sentía parte. De espaldas a un espacio rural que la inmigración transformaba vertiginosamente. Córdoba la Docta forma las élites intelectuales de un vasto territorio que la convirtió a su vez, en su centro. Punto de crce entre tantas tradiciones y realidades distintas y autónomas, Córdoba creció y se desarrolló en el tiempo americano como un ámbito de cultura proclive con conquistar una hegemonía propia.

2. Como ciudad de frontera, Córdoba estuvo sometida a fuertes contrastes. El confesionalismo católico, basado en la fuerte presencia de una Iglesia de matriz ideológica integrista, debió enfrentarse siempre con el obstáculo que le ofrecía un radicalismo laico persistente. Se reproducía en ella esa típica “situación de Kulturkampf” y de proceso Dreyfus “que Gramsci descubría en la composición nacional de las sociedades sudamericanas, esto es, una situación en la que el elemento laico y burgués no había alcanzado todavía la fase de subordinación a la política laica del Estado, de los intereses y de la influencia clerical y militarista. Y sin embargo, en los flancos d este conflicto fue advertible la presencia en las últimas décadas de un área de opinión católica nutrida por una cultura liberal y democrática y que, no por minoritaria cumplió un papel menos significativo en las búsqueda de un diálogo casi nunca fácil entre posiciones tan opuestas. Desde una derecha reaccionaria en la que una figura como el filósofo Nimio de Anquín desempeñó una función excepcional, hasta una izquierda marxista sin intelectuales d peso excepto los casos, emblemáticos ambos aunque por distintas razones, de Gregorio Bermann y Ceferino Garzón Maceda, conformaron un denso tejido intelectual que posibilito transfigurar en mito la autoconciencia citadina de una urbe que se distinguía de las demás por su firme tradición espiritual. Y fue tal vez el sentimiento compartido de que por encima de los agudos conflictos ideológicos que oponían a las diversas corrientes ideales había una Córdoba “docta”, “civil”, heredada del pasado, lo que contribuyó a darle a las fuerzas políticas mayoritarias una tonalidad particular. Así ocurrió con el conservadurismo demócrata bao el liderazgo de Cárcano y con el radicalismo sabattinista, que además de figuras como Amadeo Sabattini o Santiago Del Castillo, dio al país un presidente de la estatura ética y política de Arturo Illia. Recordemos que en los oscuros años que sucedieron al golpe setembrino fue Córdoba el reducto solitario donde se preservaron las libertades civiles y democráticas.

Creo que esta función de mediación entre regiones, culturas y experiencias diferentes dio a la ciudad una personalidad política e intelectual que se prolongó por muchísimo tiempo, no obstante la prueba a que la sometió el autoritarismo de los gobiernos peronistas. Perduró hasta que el proceso militar y la cruza


Y porque la tradición espiritual de los cordobeses era tan sólida los efectos de la dictadura militar debieron ser tan terribles. Hoy, cuando el espectro de Menéndez pareciera haber dejado de flotar sobre la ciudad, puede medirse con horror el trágico devastamiento a que fue sometida una sociedad orgullosa de su linaje.

Hay tres momentos emblemáticos en la Córdoba moderna que pueden resultar de interés para abordar el modo en que se planteó históricamente la relación entre intelectuales y sociedad: el dela Reforma Universitaria, el de los años 30 en tono a la figura de Saúl Taborda, y el de los años 60 y 70 que se analiza en el texto contiguo. Dejo de lado el de la Revolución Libertadora, en 1955, del que Córdoba fue un epicentro, por razones de espacio y de tiempo, aunque las consideraciones que se puedan hacer al respecto no se distancian ni contradicen las referidas a los tres momentos indicados. Hay un hilo rojo que recorre todas estas experiencias permitiendo establecer entre ellas una suerte de continuidad por encima de las distintas realidades históricas.

Es verdad que desde Gramsci sabemos que es propio de los intelectuales considerarse a sí mismos como continuación ininterrumpida en la historia, pero haciendo abstracción de esta característica inherente a los intelectuales, en cuanto categoría social cristalizada, la continuidad que pretendo establecer deriva de una fuente ideológica común que fue hasta los 60 el movimiento de la Reforma Universitaria.

16 de agosto de 2009

Quo vadis?



¿Migrar, morir?

¿Morir a qué?

¿Migrar, mor-irse?

¿Irse adónde?

15 de agosto de 2009

Cada vez que perdemos

Navegantes del sueño, del artista chileno Esael Araujo Funes

Del otro lado hay otro lado que me escribe las historias de los que van
del fin al cabo de una patria
sin retorno
aun mundo por venir
¡remad! me escribe al dorso de la lengua madre
pues sediento es el que huye adonde el faro salpica
intermitencias
del otro lado la sed es nuestra guía, su majestad
lezama
cada vez que flaqueamos cada vez que
perdemos el rumbo de la seda que
perdemos cada vez.

1 de agosto de 2009

De Persépolis a Babel


Film autobiográfico de Marjane Satrapi: una iraní en tránsito. Le pone voz a su personaje la actriz Catherine Deneuve.

Humanidad espectral


¿Quién le canta al Estado-Nación? Lenguaje, política y pertenencia. Judith Butler y Gayatri Chakravorty Spivak. Prólogo de Eduardo Grüner. Paidós. 2009.
  • El estado define la estructura legal e institucional que delimita cierto territorio (aunque no todas esas estructuras institucionales pertenecen al aparato del estado.

  • Si el estado vincula, también es lo que puede desvincular.

  • Somos depositados en una densa situación de poder-militar donde las funciones jurídicas se convierten en prerrogativas de las fuerzas armadas. No se trata de nuda vida, de mera vida, sino de una formación particular de poder y de coacción diseñada para producir y mantener la condición (el estado) de privación. (vs. Agamben).

  • Gobernamos en común con aquellos con quienes bien podemos no compartir ningún sentido de pertenencia, y este rechazo a determinar cierta familiaridad cultural como la base de un gobierno compartido es sin duda la lección que hay que extraer de la crítica de Arendt al nacionalismo.

  • Arendt trata de avanzar en aguas turbias, rechazando formas de individualismo y colectividad que la vuelven apenas legible en el espectro que va de la izquierda a la derecha.

  • Nadie es devuelto a la nuda vida, no importa el grado de despojo que pueda alcanzar, porque hay un conjunto de poderes que producen y mantienen esta situación de destitución, desposesión y desplazamiento, ese sentido de no saber dónde estamos y si habrá alguna vez algún otro lugar adonde ir o donde estar.

  • Esta humanidad espectral, privada de peso ontológico, que no pasa las pruebas de inteligibilidad social requeridas para ser mínimamente reconocida, incluye a todos aquellos cuya edad, género, raza, nacionalidad y estatus laboral no solo los descalifica para la ciudadanía, sino que los califica activamente para convertirse en sin-estado.

Los náufragos

Desde el acantilado, ella lo mira debatirse. Le sale un resto de la cola de pescado por el borde de la enagua que disimula el cortejo y su recuerdo.
No hay futuro aquí, intenta advertirle. No te empecines. Pero es inútil: por más que abre la boca, ningún sonido se libera. Rasga el vestido, mueve los brazos, hiperbólica; pero él no la registra, está demasiado ocupado en mantenerse a flote en medio de las olas.
Así lo ve llegar exhausto, hasta su mano.

Embarcados

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