
En mi bunker había grabados de monstruos. Mi padre mismo los había hecho para ahuyentar a Neptuno de sus sueños. A él le encantaban. Cuando no estaba depresivo, me contaba historias llenas de violencia y furor.
Relato va, lágrima viene, mis manos rozaron nueve lunas su piel ardida, para que nuevos ardores perduraran. Él se dejó atraer a mi ribera; yo me dejé llevar y miré el mar. Entonces, una ola lo meció, lejos.
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