Lo trajo la conjura hasta mis brazos. O la adversidad. O el tedio. Como fuera, sequé su frente sin preguntar. Él susurraba Itaca con los ojos cerrados. Yo me moría de celos. Y le enseñaba los guijarros que Tritón había depositado entre mis dedos para distraer su aflicción. Pero nada. A excepción de eso que la vida del barco no podía darle y sí una mujer.En mi bunker había grabados de monstruos. Mi padre mismo los había hecho para ahuyentar a Neptuno de sus sueños. A él le encantaban. Cuando no estaba depresivo, me contaba historias llenas de violencia y furor.
Relato va, lágrima viene, mis manos rozaron nueve lunas su piel ardida, para que nuevos ardores perduraran. Él se dejó atraer a mi ribera; yo me dejé llevar y miré el mar. Entonces, una ola lo meció, lejos.
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