El 22 de noviembre de 2024 nos encontramos en la cálida librería y videoteca Septimo Arte, en el corazón de Cofico, para compartir una nueva lectura de "Odiseas menores". Un lector de lujo y amigo querido fue el encargado de acompañar el viaje. La primera parte de su exposición brindó un recorrido por la lectura en voz alta de pasajes del libro, junto al de sus propias intervenciones en los márgenes, a modo de bitácora. Palabras que aun resuenan en mí, con sus matices y hallazgos... y sin duda, entre las personas que se acercaron al convite.
Después y para finalizar, Raúl leyó un escrito precioso, su regreso a la poesía _¿una, su Itaca?_ que a continuación comparto:
Es sabido que todo
libro es político, y Odiseas menores,
un texto de viaje, un texto en viaje, un texto de frontera, no es la excepción.
Así
las cosas, cada vez más es un hecho que las fronteras matan, incluso logran
asesinar a las ilusiones e imágenes espectrales. Los grandes relatos históricos
hace tiempo que no alcanzan a evitar la masacre ni los múltiples oniros del
exterminio. Buscar dar la espalda a la miseria y a la violencia, huyendo en pos
de un ideal o de un poco más de aire, apabullados de banalidad, implica el
riesgo de no ver aquello que no se puede ver: las ruinas sobre las que se
soporta nuestro presente, aquellas que mira el Ángel de la Historia arrastrado
por el progreso que lo atormenta.
La
máquina de distracción y exterminio no parece agotarse en su cada vez más
aceitado funcionamiento. Más se mata, más se intenta hacer olvidar los nombres
sin sepultura. Los cuerpos torturados, los trozos sin huellas dactilares, las
cabezas sin cuerpos que, incluso sin proponérselo, parecen querer borrar los
linajes semióticos que nos constituye humanos, se han vuelto un explícito
alarde de dominio.
¿Qué
hacemos con los nombres de los muertos singulares? ¿Qué savoir-faire logrará incluirlos o heredarlos en un nuevo linaje
semiótico? ¿Cómo finalizar la muerte?
Entonces, con suerte, casi lo único que se tiene a mano
es una escritura, no la que sirve para comunicarse sino esa “huella donde se
lee un efecto de lenguaje” (Lacan, 1981, p. 147), una punta de ese Real que no
cesa de no escribirse, aquella escritura que hace ir y venir del garabato, el
hilván que extravía el sentido, pero no la dirección ni el horizonte de los
cuerpos en resonancia; en suma, una escritura que suele ser leída borroneando…
casi un signo que no remite a nada.
Revelo
que he leído siguiendo un sendero a desmalezar, aquel del significado: sacar,
remover, desbrozar, recoger lo que se encuentra de ese saber tope que topa una
verdad. Luego, leer sin apuro, al menos sin la prisa del sentido ha sido el
método.
Barrunto,
sospecho y asomo conjeturas. Leer es perseguirse.
Tener
hijos es nombrar. ¿Tener poemas es nombrar? ¡Sí! ¡Claro que sí! Sólo que aquí
se demora la mano en la indicación, en la caricia, en el cuidado, en el acierto
de lo que se supone saber hasta que se descubre eso nuevo: un guiño del amor que es, que está, y apenas un instante
después ya no es, ya no está. Situar nombres que no perdurarán sin una lectura
que los pronuncie en voz alta también es nombrar.
¿Por
qué lo hace la poeta? Simple detalle. Porque una página es un río, pero todos
sabemos que no hay río sin desborde en los márgenes. Ahí se escriben/inscriben
los sueños, el desliz, un atrevimiento, aquello y esto que nos singulariza
hasta la muerte. Nutricia tarea que enmagrece.
¡Qué
largo y difícil será morir sin la palabra en otro!
En
suma, no se busca el consuelo en la poesía, se lo engaña.
Al
llegar a este punto, me atrevo y les cuento que después de terminar mi primera
lectura de Odiseas Menores, volví a
escribir poesía:
Estuve
toda la noche soñando con Urrutia.
¿Quién
es? –me preguntó Julieta.
No
tengo la menor idea –le contesté.
¿Un
lobo o una oveja? –insistió Julieta.
----
----
----
La
muerte nos esconde.
Me llamo Raúl
me dijo Urrutia
como tu padre
como tu hijo.
Qué
pena cuando la vida se cuenta sin música de fondo
¿no?
–me dijo Julieta.
La
música es una ilusión…
pensé
sin decir nada y
en
un instante
me
di cuenta que era una definición
sutil
callada
y opaca
como
un pez quieto detrás del vidrio
como
un arañazo sin alarido
duplicado
por mis ojos
como
una condena o
como
un todo está decidido
del
final.
A
veces la muerte nos esconde.
----
Sono nato a Livorno… la città di
Amedeo Modigliani me dijo Urrutia
¿Y
vos le creíste? –preguntó Julieta.
Escribir
lo oculto no vale ninguna pena.
Hay
que dejarlo escondido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario