13 de diciembre de 2011

La ley y el orden

La Corte de EU decidirá validez de "ley Arizona"

WASHINGTON.— La Suprema Corte de Estados Unidos anunció ayer que escuchará y se pronunciará durante el actual período de sesiones —que concluye en junio del 2012—, sobre la validez constitucional de la controvertida ley antiinmigrante de Arizona SB1070.

Los defensores de la SB1070 argumentan que el gobierno federal no está haciendo lo suficiente para enfrentar a la inmigración ilegal y que los estados fronterizos sufren las consecuencias de forma desproporcionada.

El Departamento de Justicia considerá por su parte que la regulación de la inmigración es trabajo del gobierno federal, mientras la Casa Blanca dijo que defenderá ante la Suprema Corte, su posición de que la SB1070 es inconstitucional. 
La polémica ley fue promulgada por Brewer a fines de abril de 2010, en medio de una gran movilización de grupos defensores de los derechos civiles que mostraron su rechazo a una legislación que nació para apuntalar las aspiraciones de la gobernadora a la reelección y para impulsar un nuevo modelo de negocio empresarial que contempla la construcción de más cárceles para inmigrantes indocumentados en ese estado.

Más info en:
http://www.eluniversal.com.mx/internacional/75644.html



1 de diciembre de 2011

Jardín



Describir en el umbral del día la escena de mi jardín semidesnudo,  dispersas las ramitas del nido a medio hacer. 
Contar una por una cada gota que salpica mis alegrías del hogar. 
Oh, mi exiguo jardín de las delicias.  La sobriedad del ojo que depura.

17 de noviembre de 2011

Diacronías

¿Cuándo es "a tiempo"?
¿Cuando llegamos a la cita unos minutos antes para ver, a buen recaudo, la inquietud del que espera?
¿O cuando, unos minutos tarde, sus ojos ensombrecidos por la posibilidad de la ausencia vuelven en sí, agradecidos y gozosos?
¿Cuándo es "a tiempo"?
¿Cuando cumplimos con el deber de estar a la hora señalada con el compañero, de seguirlo hasta el límite de nuestra vida nuestra muerte y suyas, de unirnos a él en su batalla nuestra?
¿O cuando el traspié, la dilación, el inconveniente de último momento nos sustrae de ella y tarde es aun todavía, aun no?


 (Angelus novus, obra de Paul Klee)

16 de septiembre de 2011

Dolor de hogar


Quienes han debido partir, dejando atrás el territorio de la infancia _que muchas veces coincide con el de la lengua, su patria, al decir de Pavese_, saben de esta dolencia particular que no se cura con el tiempo.
Milan Kundera, en una novela hermosa y triste, transcribe y explica los distintos nombres que en diversas lenguas de occidente designa a esta "enfermedad" del alma: el dolor del hogar.
Aquí va un fragmento de los primeros tramos de "La ignorancia", un libro sobre el regreso, esto es: la odisea.

"En griego, "regreso" se dice nostos. Algos significa "sufrimiento". La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego (nostalgia), y, además, otras palabras con raíces en la lengua nacional: en español decimos "añoranza"; en portugués, saudade. En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar. En inglés sería homesickness, o en alemán Heinweh, o en holandés heinwee. Pero es una reducción espacial de esa gran noción. El islandés, una de las lenguas europeas más antiguas, distingue claramente dos términos: söknudur: nostalgia en su sentido general; y heimfra: morriña del terruño.
Los checos, al lado de la palabra "nostalgia" tomada del griego, tienen para la misma noción su propio sustantivo: stesk, y su propio verbo; una de las frases de amor checas más conmovedoras es styska se mi potobe: "te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia". En español, "añoranza" proviene del verbo "añorar", que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia.
Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él. Algunas lenguas tienen alguna dificultad con la añoranza; los franceses sólo pueden expresarla mediante la palabra de origen griego (nostalgie) y no tienen verbo; puede decir: je m´ennuie de toi (equivalente a "te echo de menos" o "en falta"), pero esta expresión es endeble, fría, en todo caso demasiado leve para un sentimiento tan grave.
Los alemanes emplean pocas veces la palabra "nostalgia", en su forma griega y prefieren decir Sehnsucht: deseo de lo que está ausente; pero Sehnsucht puede aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha sido (una nueva aventura), por lo que no implica necesariamente la idea de un nostos: para incluir en Sehnsucht la obsesión del regreso, habría que añadir un complemento: Senhsucht nach der Vergangenheit, nach der verlorenen Kindheit, o nach der ersten Liebe (deseo del pasado, de la infancia perdida o del primer amor).
La Odisea, la epopeya fundadora de la nostalgia, nació en los orígenes de la antigua cultura griega. Subrayémoslo: Ulises, el mayor aventurero de todos los tiempos, es también el mayor nostálgico."

(La ignorancia, págs. 11 a 13, TusQuets, Buenos Aires, 2000).

*Ilustración: Los inmigrantes, obra de Rodolfo Campodónico, extraída de este sitio





8 de septiembre de 2011

Aguas profundas

El sueño de Ulises

15 de julio de 2011

Flaneurs


En el casco histórico de Quito, este verano. La calle (La Ronda) se despliega sinuosa y pródiga a pequeños restaurantes y bares en lo que fuera la zona bohemia de la capital ecuatoriana. Después de la medianoche se abren las cantinas con ofertas de karaoke y salsa. Cenamos tempranito para zafar del bullicio y aparece un dúo de musiqueros terciando alguna típica con un bolero _Manzanero for ever and for export_ para los turistas.

Es imposible ya pensar un mundo que no esté preparado para los que andamos de paso. El efecto es paradójico: viajamos para conocer y nuestros anfitriones intentan que nos sintamos "como en casa".

Esto me hace pensar en Benjamin y su "Infancia en Berlín hacia 1900", un texto escrito con los nazis pisándole los talones, en el que evoca y reconstruye la ciudad como un flaneur de su propia memoria. ¡Esos son viajes!

9 de julio de 2011

Qué hago yo aquí



Cuenta el escritor Juan Forn que el escocés Bruce Chatwin se hizo nómade porque se estaba quedando ciego de mirar de cerca: era marchand en la casa central de Sotheby’s en Londres. El médico le dijo: “Lo que usted necesita son horizontes abiertos donde perder su mirada. Quizás así recupere la vista”. Chatwin dijo que un nómade es aquel que va adonde lo lleva el viento y reemplazó la pregunta “quién soy” por la perplejidad del “qué hago yo aquí”. Según Chatwin, regresar equivale a encontrar lo más importante que se haya perdido o dejado en el camino. “El regreso ofrece una plenitud de sentido que la ida sola no tiene, pero no siempre se tienen ganas de regresar”, dijo.

25 de junio de 2011

Un mundo para pocos

 

Europa reintroduce las fronteras internas


En casos excepcionales, los miembros de la UE podrán reinstaurar controles limítrofes de forma temporal. La medida se tomó tras insistentes pedidos de Francia e Italia por la ola migratoria del norte de África.

La noticia no puede sorprendernos: Europa aumenta las restricciones para el ingreso de inmigrantes. Europa vuelve a ser Europa o, por lo menos, se reafirma en la construcción de ciertos consensos. La soberanía siempre entraña una hipótesis de guerra: la de un enemigo posible o real.  Construye, pues, un consenso respecto a este sujeto plural, desterritorializado, amenazante: la nueva barbarie. Mientras, puertas adentro, la tierra tiembla ¿adónde irán sus propios desterritorializados por la globalización?

5 de junio de 2011

Hospitalidad




"Desde tiempos remotos, nos orgullecemos de practicar la ley de hospitalidad." (Homero, Odisea, canto I)

19 de abril de 2011

Memorias migrantes


Comparto con ustedes esta nota aparecida en Página 12 y que me acercó mi exquisita amiga Gloria Borioli.


Un viaje de tres siglos

La autora, tomando el caso de la Argentina, señala que los aspectos traumáticos de la migración, cuando han sido silenciados en las familias, perduran silenciosos, “encapsulados en la estructura familiar inconsciente, y se trasmiten de una generación a otra en busca de un portavoz que pueda reproducir el conflicto”.
 
 Por Ana Rozenbaum de Schvartzman *

La migración es un fenómeno recurrente y tan antiguo como la humanidad –Adán y Eva emigran del paraíso por el deseo de saber–, pero ¿qué consecuencias lega la migración de los padres a la generación de los hijos? En la Argentina hubo dos grandes corrientes inmigratorias. Una es la que llegó de Europa hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Eran personas marginadas, campesinos o con oficios heredados a través de generaciones, que querían cambiar su futuro. La otra corriente inmigratoria se produce en la primera mitad del siglo XX como consecuencia de las guerras mundiales. Estas personas llegaban en busca de un lugar que les restableciera la identidad y les permitiera desarrollarse en paz. Eran también marginados y desposeídos, pero además se trataba de seres maltratados por la violencia social. Los unos y los otros concentraron sus esfuerzos en la supervivencia, en borrar rastros de sufrimientos pasados; el objetivo estaba puesto en los hijos, que debían llegar a ser profesionales respetados en la nueva tierra. El mandato era: comer y estudiar.
Los de la primera inmigración pudieron mantener un pasado que siguió funcionado como ideal perdido; solían recordar con nostalgia su lugar de origen y las pérdidas sufridas y con el relato podían reparar parte del desarraigo. Pero los de la segunda corriente inmigratoria –víctimas o victimarios de ambas guerras– muchas veces establecieron el silencio: mantuvieron negado el pasado, representante de lo siniestro, de lo no pensable y no decible. En un vano intento de preservar a sus hijos de todo dolor, estimularon el conocimiento hacia afuera pero anulando el conocimiento hacia el adentro de la historia familiar: por culpa, por vergüenza, por miedo. Pero no por ello han de cesar los efectos, más allá de las generaciones. Estos diversos modos de tramitar la migración quedan inscriptos en el discurso familiar y se transmiten a los descendientes.

Los primeros inmigrantes llegaron al país de “Gobernar es poblar”. Pero ya en las primeras décadas del siglo XX se pone fin a esa política, debido en gran parte al temor de que se produjera un desborde social; la mitad de la población era extranjera. Las condiciones que encontraron los de la segunda corriente inmigratoria iban a ser muy diferentes. Durante la Segunda Guerra Mundial, los sucesivos gobiernos obstaculizaron el ingreso de las víctimas, muchas de las cuales tuvieron que entrar con nombres cambiados. Esto puede teñir nuestra indulgencia a la hora de comprender el “silencio de los inocentes” que, después, preservaron.

Ya en el libro de Jeremías, del Antiguo Testamento, se afirma que “los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tendrán la dentera”. Freud, en Moisés y la religión monoteísta, señala que “la herencia arcaica del hombre no abarca solo predisposiciones sino también contenidos, huellas mnémicas de lo vivenciado por generaciones anteriores”. En la constitución psíquica de ciertos sujetos, la historia de sus antepasados, en segunda y tercera generación, se revela con un peso y una eficacia que trasciende la historia vivida por el sujeto. Así, los hijos de sobrevivientes de las persecuciones nazis soportan los residuos del traumatismo de sus padres, que a menudo hipotecan, no sólo sus vidas, sino su rol de padres frente a sus hijos, los de la tercera generación.

El sentimiento de culpa del superviviente es un clásico en la literatura sobre los campos concentracionarios. Es la culpa del inmigrante, del refugiado, del exiliado; al trauma de la pérdida se le agrega otro elemento extremadamente perturbador: la culpa por la supervivencia frente a los que no han podido salvarse (véase El telescopaje de generaciones, de Haydée Faimberg, escrito en relación con la historia de un paciente cuyos familiares habían sido víctimas del Holocausto). La situación traumática no elaborada queda encapsulada dentro de la estructura familiar inconsciente y es trasmitida de una generación a otra en busca de un portavoz que, por su estructura, pueda reproducir el conflicto. “La carta siempre llega a destino”, dijo Lacan, aun si el destinatario no ha sido instituido como tal por el emisor.

“Eres adoptado”

El sujeto que se enfrenta a una migración queda expuesto a un fenómeno extremadamente complejo, que pone en riesgo, aunque también en evidencia, la identidad. Hay que reconocer que, entre los factores determinantes de la identidad, el lugar de origen adquiere una importancia casi genética. En el DNI figuran primero el nombre y el apellido; segundo, la fecha de nacimiento; tercero, el lugar de origen, la nacionalidad, incluyendo la pregunta de si se es argentino naturalizado, como si se dijera: por adopción. Expresiones como “país adoptivo” se usan a menudo para personas cuyas vidas transcurren fuera del país de origen. Cuando la adopción metafórica por migración se ha sumado a la adopción literal, como en el caso de Edipo, las consecuencias no siempre son felices.

Todo inmigrante necesita un espacio potencial que le sirva de lugar y “tiempo de transición” –en los términos que planteó el psicoanalista Donald Winnicott– entre el sitio de origen y el nuevo, que le brinde la posibilidad de vivir la migración “como un juego”, que respete la ilusión de “lo encontrado-creado”. Es decir, todo inmigrante necesita encontrarse con una madre tierra “suficientemente buena”. Los años pasaron, nacieron hijos argentinos. Como dijo Hannah Arendt, “la historia es un relato que no cesa de comenzar”. Algunos crecieron escuchando relatos, y tal vez se fastidiaban: “Otra vez con esas historias...”; otros crecieron en el misterio de los silencios, los duelos postergados. La voz de las generaciones transmite a partir de lo dicho y de lo no dicho.

* Miembro titular con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

10 de marzo de 2011

Bereavement as a Fine Art


"Hanami" translated in spanish: "Las flores del cerezo" by Doris Dorrie.
Del duelo como una de las bellas artes.




1 de marzo de 2011

Descubriendo a Sebald


En la red, encontré este estupendo ensayo de Susan Sontag sobre el autor alemán, que estoy descubriendo por estos días, en busca de "literatura nómade".


W. G. Sebald, nacido en un poblado alemán en 1944, es uno de esos raros escritores que han convertido al viaje en motivo de grandeza y encanto. Este ensayo traza su perfil literario y se conmueve ante el lenguaje de sus obras, un fluir maravilloso, delicado y denso.
Susan Sontag interroga a tres de las novelas de Sebald hasta dar con un proyecto que retrocede ante las devastaciones de la modernidad y medita en torno a los secretos de vidas oscuras. Ofrecemos también una muestra del trabajo de Sebald, sin más ambición que el gusto por la buena literatura.

¿Es todavía posible la grandeza literaria? Ante la decadencia implacable de la ambición literaria, la convergente ascensión del desgano, la verborrea y la crueldad insensible como asuntos normativos de la ficción, ¿qué sería en la actualidad un proyecto literario centrado en la nobleza? La obra de W. G. Sebald es una de las pocas respuestas disponibles a los lectores del idioma inglés.

Vértigo, la tercera novela de Sebald traducida al inglés, fue el punto de partida. Apareció en alemán en 1990, cuando su autor tenía 46 años; tres años después vino Los emigrantes; dos años más tarde Los anillos de Saturno. Cuando Los emigrantes se tradujo al inglés en 1996, la aclamación lindó con la reverencia. Ahí estaba un escritor magistral, maduro, inclusive otoñal en su persona y en sus temas, que había logrado un libro tan extraño como irrefutable. Su lenguaje era maravilloso: delicado, denso, inmerso en la materia de las cosas; y aunque de esto hubiera amplios antecedentes en lengua inglesa, lo que resultaba ajeno y a la vez más persuasivo era la autoridad extraordinaria de la voz de Sebald: su gravedad, sinuosidad, precisión, su libertad frente a toda cohibición debilitadora o toda ironía gratuita.

En los libros de W. G. Sebald, un narrador que lleva el nombre de W. G. Sebald —según se nos recuerda en forma ocasional— viaja para rendir cuenta de la evidencia de una moral en la naturaleza, retrocede ante las devastaciones de la modernidad, medita en torno a los secretos de vidas oscuras. En alguna jornada de investigación, lanzado por algún recuerdo o noticia de un mundo perdido sin remedio, él recuerda, invoca, alucina, lamenta.

¿Es Sebald el narrador? ¿O es un personaje de ficción a quien el autor ha prestado su nombre, con detalles selectos de su biografía? Nacido en 1944 en un poblado alemán que en sus libros llama "W." (la cubierta lo identifica para nosotros como Wertach im Allgäu), el autor se estableció en Inglaterra durante sus primeros veinte años de edad, y con una carrera académica vigente en la enseñanza de literatura alemana moderna en la Universidad de East Anglia, incluye un puñado de alusiones a estos y algunos otros hechos, y también —con otros documentos autorreferenciales reproducidos en sus libros— un retrato con el grano abierto de él mismo, situado al frente de un enorme cedro de Líbano en Los anillos de Saturno, o la foto de su nuevo pasaporte en Vértigo.

Sin embargo, estos libros reclaman con justicia ser considerados como ficción. Y son ficción, no sólo porque hay buenas razones para creer que mucho ha sido inventado o alterado sino porque, seguramente, algo de lo que Sebald narra sucedió en efecto: nombres, lugares, fechas y demás. La ficción y la objetividad, desde luego, no se oponen. Uno de los reclamos fundadores de la novela inglesa es que la historia sea verdadera. Lo característico de una obra de ficción no es que la historia no sea verdadera —bien puede ser verdadera, en parte o en su integridad—, sino su uso o expansión de una variedad de recursos (aun documentos falsos o fraguados) que producen lo que los críticos literarios llaman "el efecto de lo real". Las ficciones de Sebald —y la ilustración visual que las acompaña— proyectan el efecto de lo real a un extremo fulgurante.

Este narrador "real" es un modelo de construcción literaria: el promeneur solitaire de muchas generaciones de literatura romántica. Un solitario, aun cuando se menciona alguna compañía (como Clara, en el párrafo inicial de Los emigrantes), el narrador está listo para salir de viaje a su antojo, a seguir algún arrebato de curiosidad acerca de una vida extinta (como los cuentos de Paul, un querido maestro de primaria en Los emigrantes, quien por primera vez lleva al narrador de vuelta a la "nueva Alemania", y como los del tío Adelwath, quien lleva al narrador a Estados Unidos). Otro motivo para el viaje se plantea en Vértigo y Los anillos de Saturno, donde resulta más evidente que el narrador es asimismo un escritor, con las inquietudes de un escritor y el gusto por la soledad de un escritor. Es frecuente que el narrador empiece el viaje cuando surge alguna crisis. Y, por lo común, el viaje es una indagación, aun cuando la naturaleza de esa indagación no se manifiesta enseguida. He aquí el principio del segundo de los cuatro relatos que conforman Vértigo:

En octubre de 1980 viajé de Inglaterra, en donde para entonces yo había vivido durante casi 25 años, en un distrito que estaba casi siempre bajo cielos grises, rumbo a Viena, con la esperanza de que un cambio de lugar me ayudaría a superar una etapa de mi vida particularmente difícil. Sin embargo, en Viena descubrí que los días me resultaban demasiado largos, ahora que no estaban ocupados por mi acostumbrada rutina de escribir y hacer trabajos de jardinería, y literalmente no sabía a dónde dirigirme. Salía temprano cada mañana y caminaba sin rumbo ni objetivo por las calles de la ciudad antigua...

Este largo pasaje, titulado "All ´estero" ("En el extranjero"), que lleva al narrador desde Viena a varios lugares del norte de Italia, sigue al capítulo inicial —un brillante ejercicio de escritura concentrada que refiere la biografía del muy viajero Stendhal— y le sigue un tercer capítulo que relata con brevedad la jornada italiana de otro escritor, "Dr. K.", en algunos sitios visitados por Sebald durante sus viajes a Italia. El cuarto y último capítulo, tan largo como el segundo y complementario de éste, se titula "Il ritorno in patria" ("Regreso a casa"). Las cuatro narraciones de Vértigo bosquejan todos los temas principales de Sebald: los viajes; las vidas de escritores que son también viajeros; el sentirse obsesionado y el estar libre de lastres. Siempre hay visiones de la destrucción. En el primer relato, mientras se recupera de una enfermedad, Stendhal sueña en el gran incendio de Moscú; el último relato finaliza cuando Sebald se duerme sobre el diario de Samuel Pepys y sueña con Londres destruido por el Gran Incendio.

Los emigrantes emplea la misma estructura musical de cuatro movimientos donde la cuarta narración es la más extensa y poderosa. Los viajes de una u otra especie habitan el corazón de toda la narrativa de Sebald: en las peregrinaciones del propio narrador y las vidas, todas de algún modo desplazadas, que el narrador evoca.

Comparemos con la primera oración de Los anillos de Saturno:

En agosto de 1992, cuando los días caniculares se acercaban a su fin, salí a caminar por el distrito de Suffolk, con la esperanza de disipar el vacío que se apodera de mí cada vez que concluyo un tramo largo de trabajo.

Los anillos de Saturno es en su integridad el recuento de este viaje a pie realizado con el propósito de disipar el vacío. Pero si el viaje tradicional nos acercaba a la naturaleza, aquí mide los grados de la devastación; el principio del libro nos dice que el narrador estuvo tan abatido al descubrir "las huellas de la destrucción" que un año después de comenzar su viaje debió ingresar a un hospital de Norwich "en un estado de inmovilidad casi total".

Los viajes bajo el signo de Saturno, divisa de la melancolía, son el tema de los tres libros escritos por Sebald en la primera mitad de los noventa. Su punto primordial es la destrucción: de la naturaleza (el lamento por los árboles que destruyó un mal holandés que atacó a los olmos, y por los que destruyó el huracán de 1987 en la penúltima sección de Los anillos de Saturno); la destrucción de las ciudades; de los estilos de vida. Los emigrantes relata un viaje a Deauville en 1991, en busca tal vez de "algún residuo del pasado" para confirmar que este "lugar de veraneo alguna vez legendario, como cualquier otro lugar que uno visita ahora en cualquier país o continente, estaba agotado, arruinado sin remedio por el tráfico, las tiendas y boutiques, el instinto insaciable de la destrucción". Y el cuarto relato de Vértigo, con el regreso a casa en W. —que el narrador dice no haber revisitado desde su infancia— es una extensa recherche du temps perdu.

El clímax de Los emigrantes, cuatro relatos acerca de personas que abandonaron su tierra natal, es la evocación desoladora —supuestamente, una memoria en manuscrito— de una idílica infancia germano-judía. El narrador describe su decisión de visitar Kissingen, el pueblo donde el autor pasó su infancia, para observar las huellas que han perdurado de ésta. Dado que Sebald se estableció en lengua inglesa con Los emigrantes, y como el personaje de su último relato es un famoso pintor llamado Max Ferber, judío alemán enviado durante su niñez, fuera de la Alemania nazi, a la seguridad de Inglaterra —su madre, que murió con su padre en los campos de concentración, es la autora de la memoria—, el libro fue etiquetado rutinariamente por la mayoría de los reseñistas —sobre todo, aunque no sólo en Estados Unidos— como un ejemplo de "literatura del holocausto". Al terminar un libro de lamentación con el tema extremo de lamento, Los emigrantes pudo preparar el desencanto de muchos admiradores de Sebald por la obra que le siguió en traducción, Los anillos de Saturno. Este libro no se divide en narraciones distintas, sino que consiste en una cadena o progresión de historias: una conduce a la otra. En Los anillos de Saturno, una mente bien armada especula si acaso Sir Thomas Browne, al visitar Holanda, asistió a la lección de anatomía pintada por Rembrandt; recuerda un interludio romántico en la vida de Chateaubriand durante su exilio en Inglaterra, evoca los nobles esfuerzos de Roger Casement por divulgar las infamias del régimen de Leopoldo en el Congo, cuenta otra vez la infancia en el exilio y las primeras aventuras en el mar de Joseph Conrad: estas y muchas otras historias. En su procesión de anécdotas raras y eruditas, en sus encuentros afectuosos con gente libresca (dos conferencistas de literatura francesa, entre ellos un académico especializado en Flaubert; el traductor y poeta Michael Hamburger), Los anillos de Saturno pudo parecer —luego de la agudeza extrema de Los emigrantes— simplemente "literario".

Sería una pena que las expectativas creadas por Los emigrantes sobre la obra de Sebald influyeran también en la recepción de Vértigo, que esclarece aún más la naturaleza y la urgencia moral de sus relatos de viajes —atentos a lo histórico por sus obsesiones, pero con alcances que son de la ficción—. El viaje libera la mente para el juego de las asociaciones, para los sufrimientos (y erosiones) de la memoria, para degustar la soledad. La conciencia del narrador solitario es el verdadero protagonista de los libros de Sebald, inclusive cuando hace una de las cosas que mejor sabe hacer: contar y resumir las vidas de otros.

Vértigo es el libro donde la vida del narrador en Inglaterra es menos visible. Y todavía más que los dos libros que le siguieron, este es el autorretrato de una mente: una mente sin sosiego, insatisfecha de manera crónica; una mente atormentada; una mente proclive a las alucinaciones. Al caminar por Viena, cree reconocer al poeta Dante, desterrado de su ciudad bajo condena de ser quemado en la hoguera. En la banca posterior de un vaporetto en Venecia, ve a Ludwig II de Bavaria; al viajar en un autobús por la costa del Lago Garda hacia Riva, ve a un adolescente cuyo aspecto corresponde al de Kafka con exactitud. Este narrador, que se define a sí mismo como un extranjero —al escuchar el parloteo de algunos turistas alemanes en un hotel, él quisiera no haberlos entendido, "o sea, haber sido ciudadano de un mejor país, o de ningún país en absoluto"— es, además, una mente luctuosa. En cierto momento, el narrador afirma no saber si todavía está en la tierra de los vivos, o si ya está en algún otro lugar.

De hecho, él está en ambos: con los vivos y —si la guía es su imaginación— con los póstumos también. Un viaje es con frecuencia una nueva visita. Es el retorno a un lugar, a consecuencia de algún asunto inconcluso, para buscar el origen de un recuerdo, para repetir (o completar) una experiencia; para entregarse uno mismo —como en la cuarta narración de Los emigrantes— a las revelaciones más concluyentes y devastadoras. Estos actos heroicos del recuerdo y la búsqueda de sus orígenes traen consigo su precio. Parte del poderío de Vértigo es que atiende más el costo de este esfuerzo. (Vértigo, la palabra empleada para traducir el título alemán Schwindel. Gefühle —a grandes rasgos: Mal de altura. Sentimiento— apenas sugiere todas las clases de pánico, apatía y desorientación que narra el libro).

Vértigo cuenta la forma como el narrador, luego de llegar a Viena, camina tanto que al regresar al hotel descubre que sus zapatos caen en pedazos. En Los anillos de Saturno, y sobre todo en Los emigrantes, la mente se concentra menos en sí misma; el narrador es más elusivo. Más que en los libros posteriores, Vértigo aborda la conciencia doliente del propio narrador. Pero en la angustia mental invocada de forma lacónica que aguijonea la tranquilidad del narrador, la conciencia inteligente nunca es solipsista, como sucede en la literatura de menor alcance.

El sostén de la conciencia fluctuante del narrador reside en el espacio y la vivacidad de los detalles. Como el viaje es el principio generador de la actividad mental en los libros de Sebald, desplazarse en el espacio brinda un estímulo kinético a sus descripciones maravillosas, en especial sus paisajes. He aquí un narrador en propulsión.

¿Dónde hemos escuchado en lengua inglesa una voz de tal exactitud y confianza, tan directa al expresar el sentimiento y sin embargo tan respetuosamente devota del registro de "lo real"? Podemos citar a D. H. Lawrence y al Naipaul de El enigma de la llegada, aunque poco hay en ellos de la desolación apasionada de la voz de Sebald. Para esto, uno debe considerar una genealogía alemana. Jean Paul, Franz Grillparzer, Adalbert Stifter, Robert Walser, el Hofmannsthal de La carta de Lord Chandos y Thomas Bernhard son algunas afinidades de este maestro contemporáneo de la literatura de lamentación y ansiedad mental. El consenso acerca de la mayor parte de la literatura inglesa del siglo pasado ha decretado que las perturbaciones líricas y elegiacas son inadecuadas para la ficción: sobrecargada, pretensiosa. (Incluso una gran novela, tan excepcional como Las olas, de Virginia Woolf, no se ha librado de estos rigores.) La literatura alemana de la posguerra, preocupada por la manera en que la grandeza del arte y la literatura del pasado —particularmente del romanticismo alemán— demostró su afinidad con la conformación de mitos del totalitarismo, sospechaba de cualquier cosa que se pareciera a la evocación romántica o nostálgica del pasado. De ahí tal vez que sólo un escritor alemán radicado en el extranjero de modo permanente, en las inmediaciones de una literatura con una predilección moderna por lo anti-sublime, pudo lograr un tono de semejante convicción y nobleza.

Además del fervor moral y los dones compasivos del narrador (aquí se aparta de Bernhard), lo que mantiene su escritura siempre fresca, y nunca meramente retórica, es el desbordamiento que nombra y visualiza en palabras; esto, más el recurso siempre sorpresivo de las ilustraciones. Imágenes de boletos de tren, la hoja desgarrada de un diario de bolsillo, dibujos, una tarjeta de visita, recortes de periódico, el detalle de un cuadro y desde luego fotografías, con el encanto y en muchos casos la imperfección de las reliquias. Así, en un momento de Vértigo, el narrador pierde su pasaporte; o, más bien, se lo pierden en el hotel. Y ahí está el documento creado por la policía de Riva, en el cual —un toque de misterio— la tinta en la G de W. G. Sebald está incompleta; y ahí está el nuevo pasaporte, con la fotografía tomada por el consulado de Alemania en Milán. (En efecto, este extranjero profesional viaja con pasaporte alemán o, por lo menos, así lo hizo en 1987.) En Los emigrantes, estos documentos visuales parecían talismanes. Y es probable que no todos fueran auténticos. En Los anillos de Saturno, con menor interés, parecen simplemente ilustrativos. Si el narrador habla de Swinburne, hay un pequeño retrato de Swinburne en medio de la página; si relata una visita a un cementerio en Suffolk, donde ha captado su atención el monumento funerario de una mujer fallecida en 1799, el cual describe en detalle, desde el empalagoso epitafio hasta los agujeros perforados en la piedra de los bordes superiores por los cuatro lados, tenemos también una pequeña y borrosa fotografía de la tumba, otra vez en medio de la página.

En Vértigo, los documentos tienen un mensaje más incisivo. Nos dicen: "lo que les hemos contado es cierto" —algo que, por lo común, el lector de ficción difícilmente espera—. Ofrecer cualquier tipo de evidencia es dotar a lo descrito con palabras de un excedente misterioso de pathos. Las fotografías y otras reliquias reproducidas en la página conforman un índice exquisito del transcurso del pasado.

En ocasiones se parece a los devaneos de Tristam Shandy: el autor está intimando con nosotros. En otros momentos, estas reliquias visuales proferidas con insistencia parecen un desafío insolente a la suficiencia de lo verbal. Con todo, como Sebald apunta en Los anillos de Saturno al describir una aparición favorita —la Sala de Lectura de los Marineros en Southwold, donde examina las anotaciones del cuaderno de bitácora de una patrulla marina anclada lejos de los muelles en el otoño de 1914—: "Cada vez que descifro uno de estos registros me asombra que un rastro desvanecido en el aire o el agua durante tanto tiempo permanezca visible en este papel." Y continúa, al cerrar la cubierta veteada del cuaderno de bitácora y considerar "la misteriosa supervivencia de la palabra escrita".

(la fuente del artículo: aquí)
Thanks to Madhuri Agrawal for the photo. I captured it from his blog

http://slidingsands.blogspot.com

Los restos del naufragio


19 de febrero de 2011

Ella y el tiempo



ME ABISMO EN LA TEXTURA CENTENARIA
¿SERÁ UNA MARIPOSA EN SU DEVENIR TERRENA
O ACASO EL PÉTREO FULGOR DE SU COMBATE?

20 de enero de 2011

La epifanía de la reina


Escribo tu intemperie, tu desierto, tu isla.


Una gran película sobre la soledad del poder y de la inteligencia.
Y un festín visual.
(Sorpresas del cable: "Elizabeth, la edad de oro")

Embarcados

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