23 de septiembre de 2009

Poeta en Babel


Entrevista al poeta cubano José Kozer

“Yo robo de Babel, que es la mayor nación del lenguaje”

Fue una de las figuras destacadas del Festival Internacional de Poesía de Rosario. Kozer, radicado en los Estados Unidos desde 1960, habla de su modo de trabajar el lenguaje. “El poeta está expuesto a la pluralidad del mundo”, sostiene.
Por Silvina Friera
Desde Rosario
Apenas canta el gallo en su puntual reloj biológico, el poeta cubano José Kozer se despierta, desayuna frugalmente en la confitería del Hotel República, donde convive la mayoría de los invitados a la XVII edición del Festival Internacional de Poesía, regresa a su habitación, hace sus abluciones y “segrega” un poema. En apenas una semana, ha sumado siete nuevos poemas, uno por cada día de los que anduvo por Rosario, leyendo con esa voz mestiza que fagocita, combina y mezcla cubanismos, mexicanismos, expresiones rioplatenses y otras que se nutren de un español castizo. Es difícil seguirle el trote a este poeta tan prolífico, alto, delgado y ágil como una gacela. Hasta el 10 de septiembre llevaba escritos 7756 poemas. Ahora, mientras hilvana recuerdos al compás del vaivén de sus manos y achinando los ojos como el miope al que le cuesta enfocar a la distancia, se sabe que esa cifra es un fragmento varado en el pasado. “Yo no segrego poemas, ellos se segregan a sí mismos”, dice Kozer en la entrevista con Página/12. “Para mí escribir poemas es lo natural, aunque no siempre fue así.”

Lejos de sembrar la intriga, el poeta compone a la perfección un personaje cuyo destino manifiesto es la escritura; un proceso que suele empezar temprano en la mañana y que termina en una o dos sentadas: la primera de unos quince a veinte minutos, y la segunda, de no haberse completado el poema, en unos cinco minutos más. “Entre una y otra etapa, he hecho mis abluciones, desayunado y nadado durante una hora acompañado de Guadalupe (su mujer); durante esa hora olvido por completo el poema que escribo, y luego de ducharme y vestirme, voy a mi cuaderno de trabajo, coloco la yema del índice derecho en donde quedó el poema, leo lo que ahí dice, y sin que me lo pueda explicar, ni necesite explicármelo, completo el poema en unos minutos. Lo suelto y olvido. Al día siguiente, en mi cuarto de trabajo, lo pulo y corrijo, lo desembarazo de lo que considero su hojarasca, lo paso en limpio y encarpeto en la computadora. Y hasta mañana, si hay mañana”, explica el autor de Anima, No buscan reflejarse, Carece de causa y La garza sin sombras, publicado en la Argentina por el sello Bajo la luna. Dicho de otro modo, entre las diversas funciones fisiológicas, el cuerpo de Kozer tiene la función fisiológica, tal vez neurológica, de segregar poemas. “¿Seré yo reencarnación de una babosa? ¿Su nuevo rastro, y rostro?”, se pregunta el poeta.

“Puedo decir que no necesito hacer poemas, pero a la vez que tampoco necesito dejar de hacerlos. Si se hacen, se hacen; y si dejaran de hacerse, estoy casi seguro de que no perdería el sueño. Aunque debo confesar que de unos años a acá, soy de mal dormir. Cosas de la edad más que de la poesía”, bromea Kozer. “Yo quería escribir desde joven, lo cual siempre para mí ha implicado escribir poesía. No podía concebirme sin escribir poemas, no hacerlos era, en su sentido más literal, haberme muerto –admite el poeta–. Se creó una situación emocional, si se quiere neurótica, en la que escribir era la única constante, mi único asidero era la escritura, el quehacer poético, el trabajo con el lenguaje.” Sin embargo, un buen día a Kozer le ocurrió el fenómeno de escribir ya sin proponérselo. “Créame cuando le digo que al escribir los poemas más desgarrados que pueda concebir, no los sufro ni padezco, no me afligen. Los escribo en punto muerto, neutro, sintiendo, claro está, consciente e inconscientemente, infinitud de cosas, y desde un oficio y un amor y un respeto profundo a lo que hago y que signa desde que tengo uso de razón mi vida, pero sin, repito, padecerlo: más bien lo que experimento es quietud, y para mí quietud equivale a regocijo”, aclara.

–¿Qué es lo que ha sido tan tentador para usted de la escritura poética?
–No se trata de una tentación, se trata de una actividad, una práctica en el sentido zen, un ejercicio espiritual en sentido religioso. Eso es todo, y así de sencillo. Comprendo que juego con ventaja, ya que la escritura se me da y se me da, y entonces, es fácil decir, bueno, si se va la escritura no pasa nada, agarro una caña de pescar y me voy al río a agarrar mojarras y truchas. Claro, lo digo con tal desparpajo porque sigo escribiendo y escribiendo, un poco encogido de hombros, un poco harto de mí mismo, y no. Una escritura que me permite ser el peregrino de las Soledades de Góngora, el henro o peregrino japonés, que va de templo en templo realizando sus devociones, o ser el recluso chino que hace poemas, al estilo de Kanzán o de su amigo el monje cocinero Jittoku. Porque yo soy más alfarero y cocinero que poeta.
–Uno de sus versos fetiche es “todos los poetas son judíos”, de Marina Tsvietáieva. Si se puede hablar de un “estado de mestizaje”, ¿en qué estado se encuentra su poesía después de casi cincuenta años de “éxodo”?
–A mí me toca por banda doble lo diaspórico, como judío y como cubano. Soy, curiosamente, primera y última generación de cubanos, ya que mis padres no eran cubanos, aunque se sintieran muy cubanos, de maneras muy distintas, y mis hijas no tienen nada que ver con Cuba ni tienen mucha idea de lo que es tener un padre cubano. Al menos en mi caso, y dado que el lenguaje, más el lenguaje que el habla, aunque ésta también, es esencial a mi existencia, noto desde que salí de Cuba, con 20 años de edad, que mi vocabulario, tono, dicción y modo de escritura están signados por un nuevo tipo de mestizaje en que el lenguaje, tal y como han hecho los judíos sefarditas a través de los tiempos, incorpora sin el menor empacho registros, acepciones, módulos ajenos al propio lenguaje, creando así una especie de arroz con mango que a mí me parece delicioso, y que naturaliza, con relativa facilidad, expresiones, sentimientos, formas sintácticas y lingüísticas de todo tipo, “robadas” de la mayor nación del lenguaje, que se llama Babel. Así en la diáspora, he ido incorporando a mi escritura mexicanismos, argentinismos, puertorriqueñismos, recuperando al mismo tiempo cubanismos olvidados o aparentemente perdidos en mis propias vísceras, y añadiendo registros de habla foránea, ajena, registros que contienen muchos andalucismos. El poeta oye todo el tiempo, ruidos armónicos y átonos, y oye desde la diversidad del oído que se readapta constantemente a cuanto sucede a su alrededor. El poeta está expuesto a la pluralidad del mundo.

Kozer recuerda que al principio trabajó con una poesía muy lineal, que fue creciendo y tomando otros caminos, “se iba por recodos, ampliando, y mis historias, porque soy un novelista frustrado, se fueron complicando, se volvieron más barrocas”. En La garza sin sombras Kozer comenzó a descubrir el mundo oriental. “Quizá como judío era el contrapunto que necesitaba porque el judaísmo es una religión muy fuerte, muy dura. El Dios de Israel es incluso vengativo; en cambio el budismo es muy suave, no es imperialista, no es avasallador, te da una enorme libertad interior. Combinar estos dos mundos resultó un equilibrio ideal, dada mi manera de ser, mis inclinaciones y mi temperamento”, subraya.
–¿Por qué dice que es un novelista frustrado?
–De niño empecé a escribir una novela, cuyo manuscrito conservo, que se llama Historia de la prehistoria. Con 14 años de edad, había escrito treinta y cinco o cuarenta páginas a mano, pero en ese momento cayó en mis manos La isla de los pingüinos, de Anatole France, y cuando me puse a leerla descubrí que era la novela que estaba escribiendo. Empecé a probar con la poesía y vi que era rápida, y como soy un ser muy impaciente y esa rapidez iba perfectamente con mi temperamento, ocurría y desaparecía, creí que era para mí. Toda mi poesía narra algo, está siempre contando un rollo, una historia. No hay poema en el cual no sucedan cosas. Me he lanzado a escribir una novela porque tengo una biografía muy compleja, el exilio no ha sido suave. He escrito en un mes cien páginas, se las he mostrado a mi mujer, que es la jueza de todo lo que escribo, y me ha dicho: “Sigue escribiendo poesía” (risas).
–¿De qué modo ingresa lo autobiográfico, por ejemplo, la infancia en su poesía?
–De mi infancia puedo decir que fue la de un niño muy solitario, y en el fondo muy dolorosa porque intuí de pequeño que mis padres no se llevaban. No sé si se querían, se toleraban; no sé si entre ellos había amor, no estoy seguro. Me volví un niño muy solitario que tenía que huir de la figura del padre y que no podía acogerse a las faldas de la madre tampoco. Creo que empecé a escribir poesía muy temprano porque era mi modo de tratar de resolver y escapar de esta dificultad. Aunque ha muerto hace veinte años, aún le tengo miedo a mi padre, y de algún modo extraño, amando mucho a mi madre, sintiendo por ella una enorme ternura, siempre abusé de ella. Sentía que era una mujer frágil, que se plegaba a todo, que siempre quería la armonía a expensas de sí misma, y yo sabía cómo manipularla. El miedo extremo hacia el padre y la manipulación con la madre son dos formas de culpa. Y esa culpa la fui lavando, la fui entendiendo, a través de la escritura poética. Por eso también soy un poeta muy prolífico, porque es una culpa muy fuerte que nunca se resuelve. Y como no se resuelve, hay que seguir escribiendo.
“El divorcio que existe entre el poeta y el público tiene que ver con el poeta endiosado que le da la espalda al público y se niega a explicar. Y el público nos manda a la mierda, con razón. Por respeto al propio trabajo, si tengo un poema y alguien me pregunta de qué trata, me siento a trabajar con esa persona el tiempo que quiera. El poeta tiene que hacer esa tarea pedagógica porque la poesía es sumamente compleja.
–¿Por qué cree que a los poetas no les gusta explicar sus poemas?
–Quizá no han roto con el mito romántico y siguen bajo la égida de ese romanticismo. Ha habido un cambio muy profundo en este momento histórico del punto de vista de la poesía: la cosa impactante, de crear tu propia leyenda, eso ya no sirve, no se lo cree nadie. Ya no existe un Rimbaud, un Lautréamont, el poeta sagrado. Los poetas son gente de cuello y corbata, a veces de jeans o camisetas, que están construyendo como ciudadanos. Yo me siento así todos los días: soy esposo, padre de familia, ganapán, he sido profesor durante treinta dos años, soy un viejito jubilado, tengo un eros, una carne moribunda, le tengo miedo a la muerte, pero de repente surge un espacio, que en mi caso parece ser cotidiano, en el que se me da la escritura. Yo soy un tipo saludable, casi vegetariano, me cuido como una niña de 17 años porque no tengo ganas de morirme a deshoras; como con cuidado, bebo lo necesario, hago ejercicios, me levanto y me acuesto temprano, no tomo pastillas. El poeta tiene que estar sano para generar una obra. La enfermedad no construye, destruye. Ya no necesitamos emborracharnos ni suicidarnos para ser poetas.
Link a la nota:http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/espectaculos/4-15366-2009-09-21.html
¡Gracias Gloria B. por el envío!

16 de septiembre de 2009

Say no more


Say no more about The Great Significant

Más sobre deseo y placer


Dani, en respuesta a tu comentario, explayo la cita del post anterior:

"Yo no puedo dar al placer ningún valor positivo, porque me parece que el placer interrumpe el proceso inmanente del deseo; el placer parece estar al costado de los estratos y de la organización; y es en el mismo movimiento que el deseo es presentado como sometido desde el interior a la ley y es escandido desde el exterior por los placeres; en los dos casos, hay negación del campo de inmanencia propio del deseo.
Yo me digo que no es por el azar que Michel atribuya una cierta importancia a Sade , y yo, por el contrario, a Masoch. Lo que no significaría decir que yo soy masoquista y Michel, sádico. Estaría bien, pero no es verdad. Lo que me interesa de Masoch, no son los dolores, sino la idea de que el placer interrumpe la posibilidad del deseo y la constitución de su campo de inmanencia (también, o más bien de otro modo, en el amor cortés, constitución de un plan de inmanencia o de un cuerpo sin órganos donde al deseo no le falta nada, y se pone en guardia contra posibles placeres que vendrían a interrumpir su proceso). El placer me parece el único medio por el cual una persona o un sujeto "se encuentra" en un proceso que la desborda. Es una reterritorialización. Y desde mi punto de vista, es de la misma manera que el deseo es devuelto a la ley de la falta y a la norma del placer.
En cambio, la idea de Michel de que los dispositivos de poder tienen una relación inmediata y directa con los cuerpos, es esencial.
Pero para mí, lo es en la medida en que imponen una organización a los cuerpos. Cuando el cuerpo sin órganos es lugar o agente de desterritorialización (por so, plan de inmanencia del deseo), todas las organizaciones, todo el sistema de lo que Michel llama el "bio-poder" opera las reterritorializaciones del cuerpo.
Yo podría pensar en equivalentes del tipo: ¿lo que es para mí "cuerpo sin órganos-deseos" corresponde a lo que, para Michel es "cuerpo-placer"? ¿La distinción de la cual Michel hablaba, "cuerpo-carne" es lo que yo puedo poner en relación con "cuerpo sin órganos-organismo"?
Página muy importante de la Voluntad de saber , sobre la vida como dadora de un estatuto posible a las fuerzas de la resistencia. Esta vida, para mí, es la misma de la que habla Lawrence, no es del todo Naturaleza, es exactamente el plan de inmanencia variable del deseo, a través de todos los agenciamientos determinados. Concepción de deseo para Lawrence, en relación con las líneas positivas de fuga. (Pequeño detalle: la manera en que Michel utiliza a Lawrence al final de La voluntad de saber, se opone a la manera en que yo utilizo)."

12 de septiembre de 2009

El deseo en el umbral



Para una revisión política -marxista- del deseo
En un texto que discute con Foucault -cuando F. ya ha muerto-, Deleuze afirma que el poder es una enfermedad del deseo (pues el deseo no es nunca una "realidad natural"). Y explicita una diferencia teórico/ideológica enfrentada a un aspecto no menor del pensamiento de su amigo: el concepto de placer, que aquél interpretaba como "canjeable" en el pensamiento deleuziano por "deseo".
Deleuze aclara: que apenas puede soportar la palabra placer. Que el DESEO no implica para él falta alguna. que no es un elemento natural, sino un agenciamiento de heterogeneidades que funciona. Que es proceso, contrariamente a estructura o génesis. Que es afecto, contrariamente a sentimiento. Que es "haecceidad" (individualidad de un día, de una estación, de una vida), contrariamente a subjetividad. Es acontecimiento, contrariamente a cosa o persona.
Implica la constitución de un campo de inmanencia o de un "cuerpo sin órganos", que se define solamente por zonas de intensidad, de umbrales, de gradaciones de flujos.
Lo que le interesa de Masoch no son los dolores, sino la idea de que el placer interrumpe la posibilidad del deseo y la constitución de un campo de inmanencia.

En DELEUZE, Gilles: Deseo y placer, Edición preparada por Silvia N. Barei, Alción, Córdoba, 2004. El texto se publicó originariamente en 1984, al cumplirse 10 años de la muerte de M.F.

Una lectura concomitante, a propósito de la obra revolucionaria de Walter Benjamin, debida a Susan Bock-Morss:

"El conformismo de la conciencia de los trabajadores se debía en gran parte a los nuevos medios masivos de comunicación, la industria cultural, que, a través del cine, la radio y los tabloides, era capaz de cooptar los descontentos populares, proporcionando como sustituto el goce del mundo de los opresores: sus mercancías, su entretenimiento y su libertad sexual. Era claro para cualquier marxista que el carácter ilusorio de este mundo de ensueño debía ser revelado. ¿Pero el sueño también debía ser destruido? Rechazar el hedonismo de los años veinte por "decadente" y tildar a todas las formas de ensueño experimentales de "bolchevismo cultural" fueron dos de los puntos centrales de la ideología del fascismo, que glorificó la disciplina corporal, conectó el ascetismo sexual con la pureza racial, aseguró económicamente la redomesticación de las mujeres y predicó una ética del autosacrificio en el cumplimiento de los deberes hacia la familia y la nación. Para Benjamin, tal posición era claramente reaccionaria: el deseo de placer, entendido en su forma más sensual y material, era una fuerza de resistencia contra el fascismo y el capitalismo, porque su propia existencia requería que este deseo no fuera satisfecho"
En BUCK-MORSS, Susan: Walter Benjamin, escritor revolucionario, Interzona, Buenos Aires, 2005.

10 de septiembre de 2009

2001, Odisea


REVERSIBLE
El frasco intacto de pimienta de Jamaica entre sus ropas.
El Mercedes se aleja bajo la pedrea.
Una familia en viernes sorprendida.
Rechinan las cubiertas fuera del perímetro.
Se deja transportar con la docilidad de siempre, hacia la cápsula.
Ruge el motor, a quien quiera acercársele.
Hay barro en las suelas de los Caterpiller, del otro lado de la cinta amarilla.
Esperándolas.
Bajo el paraguas, el cadáver dentro de su propia silueta, lo ve como al pasar.
Brillos de angelitos obesos escoltan la avenida.
Por la vereda transitan los escombros.
Un fantasma de tiza.
Ayuden a bajar a la anciana, le puede dar un ataque, está pidiendo auxilio.
El hombre gordo vocifera con medio cuerpo desparramado sobre el capó del móvil.
A ella no le gustan las escenas.
Abuela, quédese tranquila, ya terminó todo.
Se abren camino entre una nube de flashes.
Qué vergüenza, una criatura, vivir esto.
Una mujer de unos treinta y cinco años lleva a una niña de la mano.
Prendé la cámara Huguito, dale que salimos, cerrá plano ahí.
Alguien se asoma entre los vidrios rotos.
La ambulancia se estaciona atravesando la vereda.
Por favor no entorpezcan, detrás de la cinta.
Oficial, quiero saber si mi hijo está bien.
QSL.
El chico hace señas en medio de los uniformados que le palmean la espalda.
Ya llegan los refuerzos, me confirman que la ambulancia hace QTN para acá.
El hombre herido se desmaya sobre la manta que tiende la chica del uniforme verde, a salvo de la altura.
Una chica viene corriendo desde la farmacia.
Perros brincando por los techos, se adivinan los fierros, las púas, los cuchillos pegados a los cuerpos.
Una mujer oscura empujando los bultos, pendiente abajo, la cortada.
Vamos, Nene.
Unos tiros aislados, las pisadas veloces de los borceguíes.
Morirse así.
Miles de agujetas, con furia, empañan, lavan.
Yace descoyuntado, una mala caída, ley de Murphy.
Las sirenas, los pasos precipitados, las puteadas abajo.
Se escucha un no prolongado y coral.
Empujado al vacío, hacia la balacera.
La mano del que manda, ahora.
Traidor hijo de puta.
Un perro alfa no puede secundar.
El Jefe parado en la cornisa.
Ahora o nunca. Nene lo deja hacer.
Boludo qué te pasa.
El hombre herido fuera de su alcance, contra la chimenea, de un empujón, tan fácil.
Te digo que lo sueltes, el Cabezón nunca le ha hablado así.
Qué hacés Cabezón, estás loco.
El Jefe siente el caño de la pistola en la nuca.
Olor a azufre en el aire.
Y a vos qué mierda te pasa, Cabezón.
Caen enormes las primeras gotas.
Soltalo te digo, dejalo ir, no ves que se desangra, nosotros no vinimos a matar a nadie.
No disparen.
Lo tiene agarrado de los pelos, la mano del que manda.
Afuera el cielo se llena de turbiedad.
Escucha mami a sus espaldas, cuando la puerta se abre piensa es el fin.
Todavía no.
Rápido Nene, traelos a esos dos, al que está herido también.
Las puteadas, las órdenes.
No disparen, hay rehenes.
Las sirenas, los pasos precipitados, la noche del otro lado del encierro.
Para que no me olvides, linda.
Un frasco caoba, etiqueta marrón, letras negras, borde dorado.
Tomá, de recuerdo.
Los ojos fugazmente compasivos del Cabezón sobre la mujer que tiembla.
No te voy a hacer nada, pará de temblar, sólo quiero olerte, olés lindo vos, como huelen las minas de guita.
Pegado a ella, vuelve a sentirlo entre los glúteos, empujada hacia el baño.
Negra, vos te vas por atrás, llevate las dos bolsas.
Dejale la pendeja al Nene.
Tranquila viejita, vamos a hacer un paseíto corto, no te vas a morir ahora, eh, por acá, despacito, subí las escaleras.
Una tenaza que tira del cuello de la remera y la levanta.
Yo me encargo de esta, Cabezón, tapale la boca a la vieja para que deje de chillar, vamos arriba, vamos.
A la terraza, dice que van.
El empleado asiente con la cabeza desde el piso al que interroga.
La yuta, viene la yuta, vení vos, negra, agarrá a la pendeja.
Reflejos de luces rojas sobre los mosaicos en damero.
Se creen que esto es joda.
No te preocupes mi amor, mamá está cerca.
El hombre grita como un perro.
Le sale el chorrito por debajo de la falda con puntillas.
Cerrá los ojos, mi vida, me escuchás Mara.
Un disparo.
Los dedos se estiran hacia el aparato.
Es veloz el chasquido del seguro al correrse.
De quién es ese celular, la puta que lo parió.
Partículas de aroma intenso, condensadas, ruedan a sus pies.
Se quedan quietos, la cabeza contra el suelo.
Huele, el hocico levantado, perro en celo, a la presa.
Ella no para de temblar.
Le apoya la pistola entre nuca y la oreja.
Le roza con el caño la cara interior de los muslos.
El Jefe tiene un arma cerca de los testículos, le roza, lo excita saber que está ahí, mira a la mujer tirada con las piernas abiertas boca abajo, tiene ganas de violar a la mujer que llora.
Fuerte a sal marina el tufo de señora bien, huele más por el miedo.
Un relámpago de odio, la ambición que espera su momento aunque reciba dócil la bolsa que el entrega el Jefe.
Vos Nene, fichalo a éste.
Vas a poner en estas bolsas los relojes, a tu izquierda están los whiskys.
Viejita, tengo un laburo para vos.
Será el pulsador de alarma, puede ver de soslayo al empleado que tantea bajo el mostrador, antes de tirarse al piso.
Cabezón, vigilá a la vieja. Intenta un pedido de clemencia, casi inaudible.
Al piso vos también.
Vení bonita, no llorés, te quedás acá acostadita en el piso, boca abajo, al lado de tu mamita. La niña se aferra al jogging.
Si se portan bien no les hacemos nada.
Haberse quedado en casa.
Se escucha un trueno, afuera.
Soñando.
Vamos, vamos, suelten las billeteras, mamita vos también, abuela quédese ahí, quietita contra la pared.
El joven detrás del mostrador, las manos en alto, cada movimiento en cámara lenta.
La puntada debajo del estómago. Son tres y una mujer.
Del otro lado de la puerta, la patada, el estruendo.
Qué gente, hijita.
Llegan los gritos, antes.
Mami, qué pasa. Quiénes son esa gente con los pañuelos en la boca.
Hija dejá el frasco en la canasta, no desenrosques la tapa, que se va a enojar el señor.
El empleado mira hacia la puerta con alguna inquietud.
Y mazapán de Toledo.
Hoy queremos cerrar antes, por las dudas, por favor, señora, no se demore mucho.
Qué va, si es siempre lo mismo. ¿Hay plantines de albahaca?
El de las hojas más pequeñas, por favor.
Hay lío señora, no vio los noticieros.
Pero si todavía es temprano.
El empleado le hace señas de que está cerrando.
Hay dos personas en el interior.
Déjeme en la esquina, por favor.
Sí, sí, está pesada la calle señora, yo la dejo a usted y me vuelvo a mi casa. Dom Perignon, dice en voz alta cuando doblan por Sucre.
Esté pesado.
Mara, quedate quieta, por favor.
Queso de cabra al oreganato para los canapés.
Prefiere el taxi.
Castañas de cajú para acompañar el champán.
La nena grita puedo ir con vos.
Le cierran el delicatesen.
Rojos y verdes, los colores de la natividad.
Doce cubiertos, doce copas espigadas, doce tréboles de cotillón para la suerte.
Tiene poco tiempo para cambiarse y salir.
Le pide a la chica que haga correr el agua y le busque la bata en el ropero mientras se desnuda.
Es su especialidad, lo que reclaman siempre los amigos, su marca registrada.
Aunque abrase el calor y el pavo se lleve mejor con el invierno.
Es tarde para cambiar el menú, lo ha decidido.
En la alacena no hay más, no la encuentro, señora.
Un grupo de nubarrones avanza desde la periferia.
Toda la tarde con el masajista.
Es que no tuvo tiempo ni de mirar el diario.
Hay que apurarse, los invitados llegan a las nueve.
Eso que le falta, eso que va a buscar, a la sazón.
Sobre la carne desabrida, el golpe inesperado de la especia.


Publicado en Decamerón Cordobés: Libro Tres: De los crímenes (Babel, Córdoba, 2007)

9 de septiembre de 2009

Pathos y Eros



Una manera de desplazarse ahí, desde lo quieto, bajo la tensión que tiende hacia: un Pathos melancólico. No huye, no del deseo y del goce que produce la preparación del encuentro.

Gatbsy detiene su auto en mitad de la carretera hacia el que, sabe, será el primer encuentro esperado durante años con la mujer que ama. Se detiene y goza de ese momento que será irrepetible. Y que la consumación erótica no podrá superar.

La espera, el deseo, eso que nos lanza al camino. La suspensión en acto. Un acto estético. Teatral.

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